Mostrando entradas con la etiqueta Herman Hesse. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Herman Hesse. Mostrar todas las entradas

11.2.10

Cielo nublado


Sé que el mundo es hermoso, que aveces es infinitamente más hermoso para mi que para nadie, que los colores tienen más dulzura, el aire fluye con más facilidad, la luz flota con más delicadeza. Y sé que debo pagarlo con los días en que la vida es insoportable. Existen buenos remedios contra la melancolía: el canto, la piedad, el vino, la música la poesia, el vagabundeo. De estos remedios vivo, como el ermitaño de su brevario. Muchas veces se me antoja que los platillos de la balanza se han desequilibrado, que mis horas dulces son demasiado escasas y poco buenas para compensarme las malas, A veces por el contrario, creo que he progresado, que las horas buenas han aumentado y las malas disminuidos. Lo que jamas deseo, ni siquiera en los momentos peores, es un estado intermedio entre lo bueno y lo malo, un término medio soportable, por asi decirlo. No, prefiero una exageración de las curvas; prefiero un tormento todavía peor y, a cambio,¡un poco más de brillo para los momentos bienaventurados!

8.2.10

lunes


...." que en mi sienta el palpitar de la vida, ya sea en la lengua o en la planta de los pies, ya sea en el bienestar o en el tormento; que mi alma tenga libertad de movimientos y pueda introducirse con cien juegos de la fantasía en otras tantas formas,........."

16.11.09

Árboles


“Los árboles son santuarios. Quien sabe hablar con ellos, quien sabe escucharles, aprende la verdad. No predican doctrinas y recetas, predican, indiferentes al detalle, la ley primitiva de la vida.
Un árbol dice: en mi se oculta un núcleo, una chispa, un pensamiento, soy vida de la vida eterna. Es única la tentativa y la creación que ha osado en mí la Madre eterna, única es mi forma y únicas las vetas de mi piel, único el juego más insignificante de las hojas de mi copa y la más pequeña cicatriz de mi corteza. Mi misión es dar forma y presentar lo eterno en mis marcas singulares.
Un árbol dice: mi fuerza es la confianza. No sé nada de mis padres, no sé nada de los miles de retoños que todos los años provienen de mí. Vivo, hasta el fin , el secreto de mi semilla, no tengo otra preocupación. Confío en que Dios está en mí. Confío en que mi tarea es sagrada. Y vivo en esa confianza.
Cuando estamos tristes y apenas podemos soportar la vida, un árbol puede hablarnos así: ¡Estate quieto! ¡Estate quieto! ¡Contémplame! La vida no es fácil, la vida no es difícil. Estos son pensamientos infantiles. Deja que Dios hable dentro de ti y enseguida enmudecerán. Estás triste porque tu camino te aparta de la madre y de la patria. Pero cada paso y casa día te acerca más a la madre. La patria no está aquí ni allí. La patria está en tu interior, o en ninguna parte.

Esto susurra el árbol al atardecer, cuando tenemos miedo de nuestros propios pensamientos infantiles. Los árboles tienen pensamientos dilatados, prolijos y serenos, así como una vida más larga que la nuestra. Son más sabios que nosotros, mientras no les escuchamos. Pero cuando aprendemos a escuchar a los árboles, la brevedad, rapidez y apresuramiento infantil de nuestros pensamientos adquieren una alegría sin precedentes. Quien a aprendido a escuchar a los árboles, ya no desea ser un árbol. No desea ser más que lo que es. Esto es la patria. Esto es la felicidad”