Me cuesta creer que pertenezco a estos años,
que he vivido en tiempos que aparecen
en los libros de historia. Quiero pensar
que vivo en el ahora—
libre de vagar, y de perderme—
que el tiempo es todo del presente, vívido,
a diferencia del recuerdo y la anticipación.
Si atravieso la puerta para ingresar al calor
y a la luz—gritan las chicharras—de esta tarde,
es para entrar al mismo calor
y la misma luz de todas las tardes
de una estación regalada que nunca volverá—
para mí, su tiempo es demasiado breve
e inconcebible sin un propósito.Aquí están la crueldad, el absurdo:
lo viejo, lo que nunca tuvo juventud, o vida—
sobran libros sobre Blair—
el gobierno anterior y el que sigue,
y todos aquéllos con hambre y sin poder,
cuya única esperanza es la esperanza
teñida de una punzante desesperación.
Sólo acato la unicidad y la disparidad
del tiempo, lo inútil y lo rechazado:
bosques de nogales en Kazajstán;
los árboles torcidos de Chuang Tzu;
las grullas del Lago Balatón, o de dondequiera;
el tigre del Caspio, extinguido en el tiempo,
al acecho aun, y por acechar.
(Por John Leonard)