15.10.11

El Baron Rampante

-¡Donde yo estoy no es tierra y no es vuestro¡`- proclamó Cosimo, y ya le entraba la tentación de añadir: “Y además soy el Duque de Obrosa y soy el señor de todo el territorio”, pero se contuvo, porque no le gustaba repetir las cosas que decía su padre, ahora que se había escapado de la mesa peleado con él; no le gustaba y no le parecía bien, porque aquellas pretensiones al Ducado siempre le habían parecido manías; ¿ a cuento de qué iba ahora él, Cosimo, a darse ínfulas de Duque? Pero no quería retractarse y continuó con lo primero que se le ocurrió-. Esto no es vuestro –repitió-, porque vuestro es el suelo, y si yo pusiera los pies en él entonces será alguien que se cuela. Pero aquí arriba no, y yo voy a donde me apetece.
-Ya, entonces allá arriba todo es tuyo…
-¡Claro¡ Territorio mío personal, esto es – e hizo un vago ademán hacia las ramas, las hojas a contraluz, el cielo-. Las ramas de los árboles son todas territorio mío.  Di que vengan a cogerme, ¡ si lo consiguen¡
Ahora, tras tantas fanfarronadas, se esperaba que ella se burlase quién sabe cómo. Y en cambio se mostró imprevisiblemente interesada. -¿Ah, sí? ¿y hasta dónde llega ese territorio tuyo?
-Hasta donde se consiguiese llegar andando con los árboles, por acá, por allá, al otro lado del muro, al olivar, hasta las colinas, al otro lado de la colina, al bosque, a las tierras del Obispo…
-¿Incluso hasta Francia?
-Hasta Polonia y Sajonia- dijo Cosimo, que de geografía sólo sabía los nombres oídos a nuestra madre cuando hablaba de las Guerras de Sucesión-. Pero yo no soy egoísta como tú. Yo te invito a mi territorio – ahora habían pasado a tutearse los dos, aunque era ella la que había empezado.
-¿Y el columpio, ¿ de quién es?- dijo ella, y se sentó en él, con el abanico abierto en la mano.
-El columpio es tuyo – estableció Cosimo-, pero como está atado a esta rama depende de mí. Así, pues, si estás en él, mientras tocas tierras con los pies estás en lo tuyo, si te levantas por el aire estás en lo mío.
Ella se dio impulso y voló, con las manos agarradas a las cuerdas. Cosimo saltó desde la magnolia a la gruesa rama que sostenía el columpio, y desde allí agarró las cuerdas y se puso a balancearrla.  El columpio subía cada vez más alto.
-¿Tienes miedo?
-Yo no. ¿Cómo te llamas?
-Cosimo… ¿Y tú?
-Violante, pero me llaman Viola.

2 comentarios:

angela dijo...

Me encata este libro lo tengo de cabezera comparto este fragmento besitossss

rodolfo dijo...

:-) un libro así, sólo puede traer dulces sueños